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Fragmento de artículo de Dermatología traducido

CAPÍTULO UNO

LA MENTE DE LA PIEL

El más grande sentido de nuestro cuerpo es nuestro sentido del tacto. Es probablemente el sentido en jefe en el proceso del sueño y del despertar; nos da el conocimiento de la profundidad o de la grosura y de la forma; sentimos, amamos y odiamos, tocamos y somos tocados, a través de los corpúsculos táctiles de nuestra piel.
J. Lionel Taylor, “The Stages of Human Life” (Las Etapas de la Vida Humana), 1921, p. 157.

La piel nos recubre, como un manto, el más viejo y el más sensible de nuestros órganos, nuestro primer medio de comunicación y la más eficiente de nuestras protecciones. Todo el cuerpo está cubierto por piel. Aun la transparente cornea del ojo está cubierta por una capa de piel modificada. La piel también se vuelve hacia adentro para delimitar orificios tales como la boca, las fosas nasales, y el canal anal. En la evolución de los sentidos, el sentido del tacto fue, sin lugar a dudas, el primero en existir. El tacto es el padre de nuestros ojos, oídos, nariz y boca. Es el sentido que se diferenció en los demás, un hecho que parece ser reconocido en la antigua definición del tacto como “la madre de los sentidos.” El tacto es el sistema sensorial que primero comienza a funcionar en todas las especies estudiadas hasta ahora, humanos, animales y pájaros. Quizá la piel sea, después del cerebro, el más importante de todos nuestros sistemas de órganos. El sentido más asociado con la piel, el sentido del tacto, es el que primero se desarrolla en el embrión humano. Cuando el embrión mide menos de tres centímetros, desde la corona hasta la grupa, y con menos de seis semanas de gestación, una suave caricia del labio superior o de las alas de la nariz causarán que su cuello se encorve y se aleje de la fuente de estimulación. En este punto de su desarrollo el embrión no tiene ojos ni oídos. Sin embargo, su piel ya está altamente desarrollada, aunque de una manera para nada comparable con el desarrollo que aún le espera. En el útero, bañado por el fluido amniótico de su madre y envuelto por sus suaves paredes, “meciéndose en una cuna profunda,” el producto de la concepción vive una existencia acuática. En este ambiente su piel debe tener la capacidad de resistir la absorción de demasiada agua, los efectos de su medio líquido, para responder apropiadamente a los cambios físicos, químicos, neurales, y los cambios de temperatura.
La piel, al igual que el sistema nervioso, se origina de la más externa de las tres capas celulares del embrión, el ectodermo. Éste constituye la mayor parte de la superficie que cubre el cuerpo embrionario. El ectodermo también da origen al cabello, los dientes, y los órganos sensoriales del olfato, el gusto, la audición, la visión y el tacto. Todo lo que involucra lo que está fuera del organismo. El sistema nervioso central, que tiene como función principal mantener al organismo informado de lo que sucede fuera del mismo, se desarrolla como la porción interior de la superficie general del cuerpo embrionario. El resto de la superficie que lo cubre, después de la diferenciación del cerebro, la medula espinal, y todas las otras partes del sistema nervioso central, se convierte en la piel y sus derivados: cabello, uñas y dientes. El sistema nervioso es, entonces, una parte enterrada de la piel, o alternativamente, la piel puede ser considerada una porción expuesta del sistema nervioso. De esa manera se mejora el entendimiento de estos temas si fuéramos a pensar y hablar de la piel como el sistema nervioso externo, un sistema de órganos que desde su diferenciación temprana se mantiene en una asociación íntima con el sistema nervioso central o interno. Como dijo el anatomista ingles Frederic Wood Jones, “sabio es aquel médico y filósofo que se da cuenta que, sobre la apariencia externa de sus pares, él está estudiando el sistema nervioso externo y no solo la piel y sus accesorios.” Siendo el más grande y antiguo órgano sensorial del cuerpo, la piel le permite al organismo aprender de su ambiente. Es el medio, con todas sus partes diferenciadas, a través del cual el mundo exterior es percibido. La cara y la mano como “órganos sensoriales” no solo transmiten al cerebro el conocimiento del entorno, sino que también transmiten al entorno cierta información acerca del “sistema nervioso interno.”
A lo largo de la vida la piel está en un estado continuo de renovación debido a la actividad de las células en sus capas profundas. En diferentes partes del cuerpo la piel varia en textura, color, aroma, temperatura, inervación, así como también en otros aspectos. Incluso, la piel, como nosotros la conocemos de los rostros humanos, acarrea su propia memoria de las condiciones que se vivieron en el pasado inmediato y remoto.
El crecimiento y el desarrollo de la piel proceden a lo largo de la vida, y el desarrollo de sus sensibilidades depende en gran medida del tipo de estimulación ambiental que recibe. Curiosamente, junto con la gallina, el conejillo de indias y la rata, en el humano recién nacido el peso relativo de la piel, expresado como un porcentaje del peso total corporal, es 19,7. Casi el mismo que en el adulto, 17,8. Sugiriendo lo que debería ser obvio: la constante importancia de la piel en la vida del organismo.
En otros animales se descubrió que “la sensibilidad de la piel es aparentemente lo que más temprano se desarrolla completamente durante la vida prenatal.” Hay una ley embriológica general que manifiesta que entre más temprano una función se desarrolla, es más probable que sea más fundamental para el organismo. El hecho es que las capacidades funcionales de la piel están entre las más básicas del organismo.
La parte de la piel que está inmediatamente expuesta al medio ambiente, su capa más superficial, la epidermis, la que aloja el sistema táctil. Las terminaciones nerviosas libres en la epidermis se ocupan casi completamente del tacto, al igual que los plexos nerviosos conocidos como los corpúsculos de Meissner. Los plexos nerviosos más grandes, conocidos como corpúsculos de Pacini, son los órganos específicos que responden a estímulos mecánicos de presión y tensión. Estos son particularmente numerosos debajo de las almohadillas de los dedos. Un plexo de terminaciones nerviosas libres distribuidas sobre las células epidérmicas de cada folículo capilar transmite estimulación táctil a través del desplazamiento mecánico del cabello, un mecanismo muy importante en la producción de sensaciones táctiles.
El área superficial de la piel tiene un enorme número de receptores sensoriales que son estimulados por el calor, el frio, el tacto, la presión y el dolor. Un pedazo de piel del tamaño de una moneda contiene más de 3 millones de células, 100 glándulas sudoríparas, 50 terminaciones nerviosas, y 1m de vasos sanguíneos. Se estima que hay cerca de 50 receptores por cada 100mm², un total de 640.000 receptores sensoriales. Los puntos táctiles varían de 7 a 135 por cm². El número de fibras sensoriales de la piel que entran a la medula espinal por las raíces posteriores está estimado en más de medio millón.
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